Miró al cielo buscando las estrellas, colapsaron una a una ante sus ojos tristes y cansados, la ventana abierta cómplice del frio aire de la noche comía los huesos del hombre. Los muros cayeron y se volvieron polvo de olvido, condenando el futuro pútrido de un mundo moribundo y perdido. El negro se comió el infinito como bestias hambrientas y los recuerdos se perdieron en la mirada hueca del ser que contemplaba los pilares de hierro caer frente a su rostro.
La ultima estrella grito y sucumbió en el vacio frio y nebuloso, las lunas se fueron y los soles se apagaron, el único trozo de alma flotaba en la oscuridad, el refugio resquebrajado desprendido de la memoria vana del mundo, viajando con sus sentidos muertos, olvidando, observando el destino alejarse y despojándolo de consecuencias.
Eterno se volvió el hombre que contempló el fin del mundo, eterno en el infinito, parado en la ventana rota y fría de su guarida temblorosa, recordando sin éxito por siempre.
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